Reflexiones acerca de la educación superior en tiempos de COVID-19


Buenos Aires, 26 de mayo 2020
Reflexiones acerca de la educación superior en tiempos de COVID-19 
(María Sol Semino1)

Las estimaciones de UNESCO - IESALC, muestran que el cierre temporal afecta aproximadamente a unos 23,4 millones de estudiantes de educación superior y a 1,4 millones de docentes en América Latina y el Caribe; esto representa más del 98% de la población de estudiantes y profesores de educación superior de la región.
Se podría empezar esta nota citando las palabras de Manuel Castells, sociólogo y ministro de Universidades de España: "la universidad híbrida es ya la regla. La aceptación de esa realidad es cuestión de tiempo. El aprendizaje a la fuerza que hemos tenido que hacer en esta pandemia nos permite un salto adelante en el nuevo modelo pedagógico". Más allá del debate que puede generarse al respecto de los modelos educativos, las teorías de aprendizaje y las estrategias didácticas de enseñanza, consideramos que hay un punto más importante, una evidencia con o sin pandemia: no hay igualdad de condiciones. Los estudiantes no son iguales, cada uno de ellos tiene un diferente volumen de capital económico, social, y sobre todo cultural. Aunque quieran convencernos de que todos tienen las mismas oportunidades y que el punto de partida es el mismo, numerosos estudios niegan esto, a los cuales se suma la reciente experiencia del COVID-19, que ante la iniciativa de las instituciones de educación superior (en adelante IES) de continuar el proceso educativo de manera virtual, ha revelado que no todos tienen los mismos recursos para seguir en este nuevo modo que se propone y que varios quieren instalar como un nuevo paradigma. Educarse a distancia, virtualmente, no es una opción factible para todos; y esto puede observarse en todos los niveles y en todos los países. Los países han tendido a limitarse a tres cosas: a) medidas administrativas para la salvaguarda del funcionamiento del sistema; por ejemplo, modificaciones de los calendarios de matriculación o de exámenes, facilitando su reprogramación, o bien de los procedimientos en curso para la acreditación o el aseguramiento de la calidad; b) recursos financieros; y c) la puesta a disposición de recursos para dar continuidad a las actividades formativas. A continuación, se examinan algunos casos latinoamericanos.
En Chile, el Servicio de Información de Educación Superior ha mostrado las altas cifras generales de abandono de las carreras, las que llegan al 74% en el primer año, y estas deserciones se concentran en los estratos socioeconómicos más bajos, donde el 52% de los estudiantes de los dos primeros deciles desertan de la educación superior, versus un 19% de los estudiantes de los deciles 9 y 10. En el contexto de la pandemia por COVID-19, donde el estudio a distancia es la forma en que las IES intentan dar continuidad a sus planes formativos, esta desigualdad también se ve reflejada, como se menciona arriba. Muchos de los estudiantes no cuentan con la infraestructura digital adecuada para tener clases online, que idealmente debería ser una computadora y wifi. De hecho, poco más de la mitad solamente cuenta con ambas herramientas. Esto hace que las conexiones sean inestables, y con ello las videollamadas donde se transmiten los principales contenidos. Esto, sin considerar a los estudiantes que viven en zonas periféricas o rurales, donde la estabilidad en las redes de internet e inclusive de la luz, es deficiente. A su vez, quienes cuentan con computadora en el hogar, muchas veces deben compartirlo con sus hermanos que también están con clases online en sus colegios y también en ocasiones, con sus padres. Esto genera una gran brecha de aprendizajes, que se suma a la que ya traen desde sus colegios de procedencia. Otro punto problemático es el espacio físico en el hogar. Muchos de ellos comparten habitación con sus hermanos, e inclusive con alguno de sus padres, y no cuentan con un espacio propio y adecuado donde estudiar, ni donde conectarse en condiciones mínimas. Deben lidiar con ruidos constantes mientras estudian, televisores encendidos y otras condiciones que dificultan el proceso de aprendizaje. Sucede por esto que muchos no quieren encender la cámara, que a veces se les solicita como condición para estar en la clase, prefiriendo perder el presente antes que exponerse. Esta realidad chilena no está alejada de la nuestra.
Es imperioso trabajar para que la desigualdad que se ha cristalizado en nuestra educación, sea lo menos dañina posible para estos estudiantes y que la cancha que ya venía desnivelada, con desventaja para ellos, no siga profundizando sus grietas. Hay que tener en cuenta las particularidades de los distintos territorios, las necesidades locales y regionales. Se pone en evidencia las profundas asimetrías entre las diversas comunidades educativas. Esto mismo se observa en el caso de México. Al igual que lo señalado para Chile, hay desigualdad de condiciones en la organización de los espacios familiares en zonas de mayor pobreza, carencia de servicios básicos y hacinamiento y los alcances reales de la conectividad para participar en la educación virtual. Y no todas las universidades del país tienen los mismos desafíos, ya que en las zonas metropolitanas se concentran las ventajas tecnológicas y el mayor acceso en contraste a regiones con mayor población rural, rezago y carencia de servicios elementales que se suman al déficit tecnológico, por ejemplo, si el promedio nacional de servicios de internet en los hogares es del 53%, en algunos estados alcanza al 29%, como en Oaxaca.
¿Qué está sucediendo en Colombia? El Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana desarrolló un análisis sobre la situación de las universidades en medio de la pandemia del coronavirus y planteó recomendaciones dirigidas a las Instituciones de Educación Superior, que les permita un manejo adecuado de crisis y les ayude a mitigar los efectos de la pandemia sobre sus comunidades. Por un lado, la crisis causada por el COVID-19 ha generado una caída en los ingresos de muchas familias, limitando el acceso de algunas personas a la educación superior, especialmente a la privada. Ya hay datos de reducción de un 70 por ciento de solicitudes de matrículas para maestrías, doctorados y especializaciones y sobre todo hay una concepción errada de que la educación virtual no es de calidad. Por otra parte, los investigadores sugieren que se brinde mayor ayuda a estudiantes con dificultad para el aprendizaje o que no cuenten con ingresos suficientes para estudiar, ya que sus alternativas de ajuste son menores y su conectividad a internet es baja o incluso inexistente. Se calcula que 21 % de los estudiantes de educación superior no cuentan con computadora e internet en sus casas, lo cual hace más difícil el seguimiento a las actividades que llevan a cabo los docentes. Luego, con respecto al tratamiento de salud integral, el estudio recomendó la creación de protocolos de evaluación de la salud mental y emocional de sus estudiantes, profesores y personal administrativo, con el fin brindar herramientas de manejo de las emociones de aquellos miembros de la comunidad educativa afectados por el periodo de confinamiento obligatorio y el estrés asociado a la crisis que trajo este virus. En cuanto a las ayudas financieras, la investigación no descarta la posibilidad de que se tenga que disminuir los precios en las matrículas para evitar una deserción masiva de estudiantes. Además, se debe brindar ayudas a aquellos estudiantes que tengan serias dificultades económicas para continuar con sus estudios. De acuerdo con la Asociación Colombiana de Universidades, se estima que para el segundo semestre de este año la deserción en las instituciones de educación superior podría alcanzar el 25%. Las universidades han optado por entregar recursos económicos para quienes no tengan acceso a internet y equipos tecnológicos para los que no puedan acceder a ellos y continuar con la educación virtual. El Plan Padrino, impulsado en principio por Área Andina, el Politécnico Grancolombiano, la Universidad Cooperativa de Colombia, Uniminuto y las Fundaciones Universitarias Los Libertados y CEIPA se implementó para aquellas instituciones educativas que no estaban en condiciones para continuar impartiendo sus actividades a distancia, ya sea por infraestructura o por recursos de formación docente. Este grupo, acompañado por el Ministerio de Educación, difundió entre las 296 IES restantes del país su invitación. Estas instituciones completaron en una ficha qué tipo de tecnologías poseían, si estaban suscritos a Microsoft y podían hacer uso de ese software, la plataforma en línea que utilizaban y si sus estudiantes y docentes trabajan allí colaborativamente. También confesaron si sus profesores contaban con competencias digitales, si los habían formado para dar clases a través de computadoras y dispositivos tecnológicos, entre otras. Junto a esa información adjuntaron un reporte sobre cuán conectada estaba su comunidad, y si los jóvenes tenían internet en sus casas, smarthphones, computadores y si sabían manejar la herramienta Teams. Para el último día de marzo, 24 entidades más se ofrecieron a participar como aliadas y 96 aceptaron que necesitaban ayuda. A las primeras se les asignaron máximo 5 y mínimo 2 instituciones por ser vecinas geográficamente, compartir semejanzas entre programas o por nivel de formación. Es una iniciativa interesante para que la mayor cantidad de IES puedan estar a la altura de las circunstancias y continuar con el proceso educativo, ya que la educación es un derecho y todos deben poder continuar con sus estudios.
¿Y en Ecuador? La crisis económica, social y política en Ecuador tiene una trayectoria anterior a la crisis sanitaria del COVID-19, que aceleró los cambios en todos los sistemas, entre ellos el sistema de educación superior, con el cierre de las IES dispuesto por el gobierno el 16 de marzo mediante decreto del estado de excepción nacional. En Ecuador hay 60 universidades, 29 de las cuales son privadas, se suman 186 institutos superiores técnicos y tecnológicos, de los cuales 95 son privadas, y todas sin excepción cerraron sus instalaciones y suspendieron los estudios presenciales, lo que obligó a realizar cambios en la modalidad de estudios con esfuerzos exigidos, en especial por los docentes, para sostener la continuidad y nivel de aprendizaje con recursos virtuales y pedagógicos que no se tenía desarrollados ni autorizados en la mayoría de las instituciones de educación superior donde prevalece la modalidad presencial sobre la virtual y a distancia. Uno de los desafíos para estas instituciones privadas será automatizar sus procesos académicos y administrativos, reprogramar sus presupuestos, retener y captar estudiantes, flexibilizar los cobros de aranceles, aplazar o redefinir proyectos de investigación, reducir el tamaño de la planta docente y administrativa, digitalizar sus procesos y reportes, reformar sus procesos de admisión y nivelación; revisar sus gastos operativos, entre otras decisiones difíciles pero necesarias. En vista de la crítica situación económica que ya existe y se prolongará, la falta de recursos provocada por la desocupación laboral que limitaría la capacidad de pago de estudiantes de ciertos sectores sociales que estudian en las IES privadas, hay probabilidades de que descontinúen sus estudios y se cambien a instituciones públicas o suspendan sus estudios hasta mejorar su economía.
Quisiera comentar algunas cuestiones planteadas en un documento elaborado por la UNESCO y la IESALC2. En primer lugar, hay que tomar en cuenta que no todas las IES tienen estrategias de continuidad de la actividad docente y, en su ausencia, los contratos temporales pueden quedar rescindidos. En muchos países la docencia universitaria con dedicación exclusiva no está generalizada y la mayor parte de los docentes tienen dedicación a tiempo parcial. Por otra parte, el impacto más evidente sobre los docentes está siendo la expectativa, cuando no exigencia, de la continuidad de la actividad docente bajo la modalidad virtual. Por otra parte, se señala que las respuestas institucionales han cubierto distintos ámbitos: el frente estrictamente sanitario, el ajuste de los calendarios, la contribución desde la investigación y el desarrollo a mitigar la pandemia, la garantía de continuidad de actividades formativas por medio de la educación a distancia, y el apoyo en recursos bibliográficos y tecnológicos y también socioemocional a la comunidad universitaria, como mencionamos para el caso colombiano. Una de las recomendaciones que se hace para los Estados es la máxima de no dejar a ningún estudiante atrás, en línea con el propósito principal de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Sin embargo, es innegable que esta crisis profundiza las desigualdades existentes y genera otras nuevas, como venimos dando cuenta. La reanudación de las actividades presenciales de las IES debe verse como una oportunidad para repensar y, en la medida de lo posible, rediseñar los procesos de enseñanza y aprendizaje, sacando partido de las lecciones que el uso intensivo de la tecnología haya podido conllevar, prestando especial atención a la equidad y la inclusión, para no reproducir el acceso diferencial al conocimiento y que la virtualidad no sea solamente aprovechada por un sector social. También señalan que gobiernos e IES deberían generar mecanismos de concertación que permitan avanzar conjuntamente en la generación de mayor capacidad de resiliencia del sector de la educación superior ante futuras crisis, cualquiera que sea su naturaleza. Es absolutamente imprescindible involucrar a los estudiantes, al personal docente y no docente en el diseño de las respuestas que las situaciones de emergencia demanden. Por su parte, las IES deberían anticiparse a una suspensión de larga duración, centrando los esfuerzos en asegurar la continuidad formativa y garantizar la equidad, generando mecanismos de gobierno, monitoreo y apoyo eficientes; diseñar medidas pedagógicas para evaluar formativamente y generar mecanismos de apoyo al aprendizaje de los estudiantes en desventaja; documentar los cambios pedagógicos introducidos y sus impactos; promover la reflexión interna sobre la renovación del modelo de enseñanza y aprendizaje. Por otra parte, respecto a escalar la digitalización, la hibridación y el aprendizaje ubicuo, se señala que muchos países han cometido el error de confiar exclusivamente en la educación online, que solo permite garantizar oportunidades de continuidad del aprendizaje a los jóvenes bien equipados y conectados, desigualdad que se observa en toda la región y el mundo. El acceso a internet no siempre es posible y cuando lo es, la conectividad muchas veces tiene deficiencias. Las clases que se transmiten en streaming, por ejemplo, son de mayor dificultad de acceso por la cantidad de datos que gastan y la calidad de conectividad que demandan. En este sentido, la virtualización tiene un especial impacto en los estudiantes en desventaja social y económica que solo recientemente se han beneficiado de los procesos de democratización y masificación en el ingreso a la educación superior. Siendo la virtualización la principal herramienta educativa para sostener el funcionamiento de la educación, debe considerarse la enorme brecha digital.
Entonces, el principio orientador fundamental de las políticas gubernamentales en educación ha sido el de hacer todo lo posible para garantizar la continuidad de la actividad docente, lo cual se ha traducido en distintas iniciativas en tres frentes distintos: las plataformas, la capacitación docente y los contenidos digitales. La primera y más importante área de iniciativas intenta favorecer la puesta en práctica de soluciones tecnológicas de emergencia para la continuidad formativa. Básicamente, la atención se ha centrado en poner a disposición de las IES que carecen de plataformas propias de educación virtual mecanismos y recursos tecnológicos para la impartición de cursos a distancia, garantizando así una mínima infraestructura en este sentido, tal es el espíritu del Plan Padrino en Colombia. El segundo elemento crucial para garantizar la continuidad de la actividad docente son las propias competencias del profesorado para operar en entornos virtuales de elevada complejidad tecnológica, para lo cual no están necesariamente preparados. Algunos países, como Argentina a través del Instituto Nacional de Formación Docente, han acompañado las medidas destinadas al apoyo tecnológico del necesario acompañamiento en materia de desarrollo de capacidades docentes para la educación virtual. En Chile, el gobierno ha optado por facilitar la creación de una alianza, apoyada por nueve universidades públicas y privadas, para diseminar buenas prácticas y ofrecer, al mismo tiempo, apoyo en materia de capacitación docente a las restantes universidades que lo soliciten a través de un dispositivo gestionado por el Ministerio de Educación.
En América Latina, además, las IES han reaccionado frente a la pandemia integrando grupos de investigación para apoyar los esfuerzos de los gobiernos en vigilancia epidemiológica, pruebas clínicas de medicamentos, pruebas rápidas de detección del virus, entre otras. De igual manera se han integrado grupos para producir equipos biomédicos como respiradores y otras acciones de innovación. En Argentina, lo mismo que en Brasil, Colombia, Costa Rica, Honduras, México y Uruguay numerosas universidades nacionales desde el primer momento han comenzado a prestar servicios y producir bienes necesarios para afrontar el impacto de la pandemia, como ser alcohol en gel, barbijos y respiradores. Tal es el caso de las universidades de Rosario y del Nordeste. La firma Inventu, de Rosario, desarrolló un prototipo de respiradores que cuesta una quinta parte del valor del mercado y se lo cedió gratuitamente a la Universidad Nacional de Rosario y al Gobierno de Santa Fe, instituciones que comenzaron con la producción. Luego la idea llegó a Corrientes y consiguieron los permisos para su desarrollo en esta provincia, que ya fabricó diez respiradores.
Como se mencionó al principio, es fundamental acompañar a todos los estudiantes para que nadie se quede atrás, y que la brecha digital no profundice las otras desigualdades que se encuentran en las instituciones educativas. El Estado es un actor fundamental para garantizar el derecho a la educación superior, y es importante el diseño y la implementación de políticas públicas para tal fin.


1 Licenciada y Profesora en Sociología, UBA. Maestranda en Gestión de la Educación Superior, UNLaM. Docente en “Políticas públicas de educación superior en Argentina y Latinoamerica”, UBA.